Un grupo de 32 amigos del País vasco, dos de ellos sacerdotes, hemos hecho el recorrido «Tras las huellas de San Pablo» con celebraciones y reflexiones por diversos lugares de Turquía, contando siempre con una guía local. La mayoría ya habíamos estado en Tierra Santa y queríamos seguir los caminos que recorrió San Pablo; visitar los lugares cargados de historia y de arte y conocer también la vida actual de este país con su cruce de culturas. Esta peregrinación “Tras las huellas de San Pablo” nos ha llevado a conocer y valorar la misión del gran Apóstol y peregrino que fue Pablo de Tarso. Precisamente en Tarso, cuna de San Pablo, tuvimos la grata experiencia de compartir con dos religiosas italianas, los únicos rescoldos de la Buena Noticia que antaño prendió rápidamente en esta tierra y que ahora es tan inhóspita para los cristianos, compartir que nos llegó a lo profundo de nuestro corazón. Después de haber estado en Pamukkale llegamos a Konya; la guía había reservado hora para celebrar la eucaristía en una iglesia católica de la ciudad, S. Paul Kilises (iglesia de San Pablo). Nos reciben dos religiosas con las que nos entendemos en italiano y se unen alegres a la celebración, en la que hacemos la memoria litúrgica de Pablo, por lo significativo del lugar. Se quedan en la iglesia, además, una docena de jóvenes musulmanes de Konya, interesados en asistir a una misa católica.
Recorrer muchos de los lugares donde se desarrolló una parte importante del Nuevo Testamento como es la vida de las primeras comunidades cristianas nos dejó una impresión agridulce como personas en peregrinación. Nos movimos entre la admiración que suscitan los restos arqueológicos impresionantes, herencia de civilizaciones milenarias, y la sorpresa de encontrar grandes toponímicos reducidos a ruinas insignificantes. Ciudades visitadas por el apóstol Pablo y otras destinatarias de las cartas que abren el libro del Apocalipsis, o aquéllas en las que se movieron grandes figuras de la Iglesia cristiana primitiva que conocieron el florecimiento de las primeras comunidades de la nueva fe… casi a ras de suelo. Las señales viarias o la misma guía señalan a Konya, Éfeso o Laodicea, por ejemplo, pero la mirada no alcanza a ver restos significativos de un pasado glorioso. En la laica Turquía, heredera del fundador Mustafa Kemal Atatürk, los alminares miran al cielo y recuerdan a Dios, mientras tenemos que rastrear a los cristianos entre el 1% de la población no musulmana. Algunos compañeros de peregrinación, comentaban las situaciones que viven en sus lugares respectivos. Y no se refieren sólo a la presencia creciente (y militante) del islam, sino también a otras cosas. Como la animadversión creciente de algunas personas y grupos hacia nuestras campanas y campanarios, que recordamos cuando vemos los alminares o escuchamos respetuosos el “adhan”.
Siempre me queda la duda de si hacemos bien los católicos en mirar afuera para echar culpas o buscar responsabilidades. Un poco de auto crítica, no nos vendría mal. Así como el hacer algo más caso a esas cartas que abren el Apocalipsis, escritas para esta tierra. En toda la ciudad de Konya con dos millones de personas, la Iconio visitada por Pablo y Bernabé (y de la que tuvieron que huir, según el libro de los Hechos de los Apóstoles)… solo queda un 1% de cristianos (católicos, algunos evangélicos y orientales no católicos) nada más. La cifra del 99% de musulmanes que arroja la estadística oficial turca toma un rostro concreto en una minoría verdaderamente ínfima. En esta región se encuentran muchos restos del floreciente monacato cristiano que hubo en los inicios del cristianismo, alentado por la obra de los Padres Capadocios.
En las caprichosas formas pétreas que tomó la naturaleza volcánica del lugar, aún podemos ver habitáculos de monjes y eremitas, y preciosas iglesias que conservan, a pesar de la acción de los iconoclastas y musulmanes radicales a lo largo de la historia, la fe cristiana plasmada en hermosos frescos sobre sus bóvedas y paredes. Son reliquias de una floreciente Iglesia que se desarrolló en los primeros siglos de la era cristiana y que después sufrió el efecto erosivo de la historia, y un encuentro nada pacífico con la religión que llegó procedente de Arabia a partir del siglo VII. Todo esto debe hacernos pensar y reaccionar, cuando vivimos momentos ciertamente difíciles para la fe cristiana, de creciente insignificancia social y cultural de la Iglesia católica y de avance sorprendente del islam entre nosotros… También visitamos el santuario que guarda los restos del maestro sufí Jalal al-Din Muhhamad Rumi, más conocido como Mevlana o Rumi. Actualmente es un museo, pero en la antigua mezquita encontramos a multitud de musulmanes rezando ante el maestro Mevlana y otras figuras del sufismo, e incluso ante una arqueta que, según dicen, contiene pelos de la barba del Profeta del islam.
Desde esta hermosa experiencia que hemos tenido al ir tras «Las huellas de San Pablo» me pregunto si no tendríamos que volver al libro del Apocalipsis, el libro de la esperanza cristiana en tiempos de crisis…, pues es el libro de la perseverancia opositora al imperio opresor, el libro que nos invita a abrir las puertas al Cristo que llama a la puerta de nuestro corazón, que nos llama a no ser tibios y a recuperar el amor primero… a mirar nuestra realidad y nuestro futuro confiando en Cristo, ese cordero degollado que puede romper los sellos y abrir el libro del sentido de la historia de la humanidad, que es una historia de salvación.
Fr. Joan Mari Iturria (Delegado de Tierra Santa de la Provincia de Arantzazu)